Artículo de nuestra Presidente María Carolina Hoyos Turbay para el portal Mundo Mah! en su grupo #GeekMoms

Aunque voy a cumplir solo dos años en la Presidencia de la Fundación Solidaridad por Colombia, la verdad es que mi vida siempre ha estado guiada por el servicio social…

Yo siempre he dicho que a mí la solidaridad me la dieron en el tetero. Entendí desde muy temprano que uno puede crear su forma de vida con enfoque de servicio a la sociedad. Con ejemplo me di cuenta que la responsabilidad de construir un mejor mañana está en manos de todos. Que eso no es exclusivamente del Gobierno ni de unos pocos.

Todo esto lo entendí con mi abuela Nydia. Lo entendí con su trabajo, con su obra, con su ejemplo, que creo es la mejor forma de enseñar cómo ser solidario. Ella ha sido absolutamente consecuente con sus actos. Desde 1975 cuando dijo que iba a trabajar y entregar su vida a combatir la pobreza, no ha parado. Continuó sin parar incluso teniendo el corazón roto por el secuestro y muerte de mi mamá.

Pocas cosas en la vida producen una satisfacción tan grande como el ayudar a los demás. El sentirse útil y ver como mis acciones contribuyen al bienestar de otros, hace que cobre vida la frase de la Madre Teresa de Calcuta, “Quien no vive para servir no sirve para vivir”. Una acción que nace del corazón es tan importante que el cerebro libera oxitocina, hormona que los científicos relacionan con sentimientos de confianza, bienestar y generosidad.

Hoy, como madre de Tomás y Mateo, me siento feliz de que ellos al igual que yo sientan la satisfacción que produce ayudar a los demás, y que además puedan vivir de cerca todo lo que implica ser solidario, porque la solidaridad está impresa en el ADN de nuestra familia.

A Tomás, por ejemplo, lo marcó una entrega de regalos de navidad en Patio Bonito. Las caras de alegría de los niños lograron que fuera conciente de que tal vez de no ser por la Fundación lo más probable era que no recibieran un regalo. Fue ahí donde sintió de cerca su compromiso con la palabra solidaridad. También oí hace poco a Mateo cuando decía: “Yo participo en acciones solidarias porque me han enseñado desde chiquito, es como un instinto, no porque me van a reconocer. Lo hago por ayudar a los demás y hacerles el día mejor”.

Es una satisfacción grande oír a mis hijos hablar así y, sobretodo, verlos actuar. No ha sido en vano mi esfuerzo. Pero, ¿cómo influir en un hijo de la manera más adecuada? A través del ejemplo. Así es como ellos y yo lo hemos vivido, y como yo lo viví junto a mi abuela Nydia.

Las madres usualmente protegemos a nuestros hijos y tratamos de que vivan como en una urna de cristal y aunque eso es bueno; también debemos con el acompañamiento adecuado de presentarles lentamente la realidad. La vida no es perfecta. Es bueno que conozcan que no todos tienen las mismas oportunidades. Ellos son tan privilegiados que deben traducir esa diferencia en compromiso con los que menos tienen.

Otra clave es compartir con tus hijos actividades que les permitan vivir experiencias de impacto social. Yo recuerdo que cuando fui Directora de la Corporación Matamoros los invité a entregar regalos a los soldados mutilados y a los niños huérfanos de la guerra. Viajamos a Fusa a un Batallón de alta montaña, entregamos juntos los regalos de navidad, y nos dimos abrazos que quedaron en el alma.

Cuando fui Viceministra de tecnologías de la información y las comunicaciones, aprovechaba en vacaciones o los fines de semana para que me acompañaran a trabajar. Estuvimos en la Guajira, en donde conocieron niños que no tenían ni agua y muchos estaban muriendo en la zona. En ese viaje apreciaron mucho más el valor del agua potable.

También, estuvimos en la última isla de la Gobernación de San Andrés. Llevamos conectividad de internet a la zona brindándole la posibilidad a los pescadores de que pudieran conectarse para reportar una emergencia, y a los soldados comunicación para proteger la frontera.

En otra ocasión fuimos a la Sierra Nevada de Santa Marta. Conocieron cómo las culturas ancestrales le tenían recelo o tal vez temor a la tecnología, luego vieron cómo a través de sus bondades logramos que los niños indígenas aprendieran a usarla.

Recordé estos momentos junto a mis hijos porque estoy convencida que sumando pequeños actos solidarios podemos cambiar el mundo, y que eso solo se enseña a través de la experiencia. Quienes creemos en un ser superior les hablamos a nuestros niños de la importancia de la fe y de la creencia en Dios, cuando creemos en él, también aprendemos a compartir.

Como madre he cometido errores, de unos he aprendido la lección y de otros estaré en proceso, pero soy feliz con los hijos que Dios me dio, de sembrar en ellos la solidaridad, la consciencia por la labor social y el compromiso con los menos favorecidos.

Mi labor es de equipo. Uno lidera voluntades y encamina esfuerzos para lograr objetivos, pero sin duda la colaboración obra milagros. En una pared de mi oficina está escrita la frase de mi abuela Nydia que lo sintetiza mejor: “Pequeños actos de solidaridad en millones de personas pueden transformar el mundo”.

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